Época: siglo de Pericles
Inicio: Año 425 A. C.
Fin: Año 420 D.C.

Antecedente:
Los frontones

(C) Pilar León Alonso



Comentario

El nacimiento de Atenea fue uno de los acontecimientos más sonados que hubo en el Olimpo. De la cabeza de Zeus, de forma portentosa y extenuativa para el dios, nació Atenea adulta, armada de pies a cabeza y dispuesta a no perder tiempo, a juzgar por los gritos ardorosos que profirió al ver la luz. No era tema fácil de adaptar a un frontón, pero en el del Partenón se hizo con una originalidad asombrosa.
Para empezar, el nacimiento de Atenea se centra en un momento concreto del día, sugerido por la posición de las divinidades astrales, Helios y Selene, que ocupan los extremos del frontón en sus respectivas cuadrigas. La de Helios emerge del mar y los caballos vienen frescos, húmedas las crines que agitan para sacudir el agua; la de Selene empieza a sumergirse en el mar y los caballos parecen cansados después de un largo recorrido. El momento representado es, pues, el amanecer.

Junto al carro de Helios aparece un dios joven, desnudo, tendido en el suelo sobre un rico manto y una piel extendida; se muestra ajeno a lo que ocurre en el centro del frontón y mira absorto a Helios. Es Dionysos, uno de los olímpicos más aficionados a trasnochar, sumido en la contemplación de la aurora. Otra divinidad relacionada con la vida nocturna le da respuesta al otro lado del frontón, abstraída en la contemplación de Selene: es Afrodita, una belleza deslumbrante, por más que le falte la cabeza. Se ha recostado plácidamente sobre Artemis, y con tanta despreocupación como naturalidad, luce un atuendo elegantísimo, un chitón fino que le resbala y deja semidesnudo el pecho y un manto magnífico que le envuelve las piernas. Con razón le aplicó Himmelmann un comentario insuperable de Goethe en la "Aquileida": "Encantadoramente desfallecida, corno si la noche no le hubiera reportado suficiente descanso".

La íntima compenetración entre Afrodita y Artemis, que también se da en el friso, llama mucho la atención por la disensión y falta de entendimiento que solía haber entre ellas, reacciones comprensibles en personalidades antagónicas. La avenencia entre ambas diosas, resaltada tanto en el friso como en el frontón por el contacto físico, demuestra el espíritu de concordia y de reconciliación latente en el programa iconográfico del Partenón, símbolo de la situación originada en Grecia tras la victoria sobre Oriente, en la que se fundamenta la grandeza de Atenas.

El grupo formado por Afrodita y Artemis lo completa una tercera diosa, posiblemente Leto, madre de Artemis y de Apolo, que viene hacia ellas lira en mano con la noticia del nacimiento de Atenea. La identificación de Leto y el descubrimiento de la presencia de Apolo son aportaciones recientes de Despinis, el investigador que conoce más de cerca el problema de los restos conservados de la decoración escultórica del Partenón. En el lado opuesto del frontón hay un grupo similar de divinidades femeninas, dos de las cuales representan a las diosas eleusinas, Démeter y Kore, madre e hija que en animada charla se hacen eco de la noticia que acaba de traerles posiblemente Iris. La figura de esta última es realmente sensacional por la originalidad y valentía de la composición y por la alta calidad técnica. La diosa avanza rauda, con el manto desplegado a la espalda, como si fuera una vela, y el movimiento es tan intrépido, que además de las grapas y barras de sujeción, esta figura requirió un plinto. Tanto en la enorme libertad para representar el movimiento como en la riqueza extraordinaria del tratamiento de los paños en las figuras femeninas, muy especialmente en la de Afrodita, hemos de reconocer el estilo más evolucionado y representativo del Partenón, interpretado por jóvenes escultores discípulos de Fidias.

Respecto a la sección central del frontón, hoy desaparecida, sabemos, gracias a descubrimientos recientes y brillantes realizados por Despinis a partir de los restos escultóricos conservados en el almacén del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, que Zeus aparecía entronizado, de frente y algo desviado hacia su derecha respecto al eje vertical del frontón y que, junto a él, estaban las divinidades de mayor rango, entre ellas Hera y, naturalmente, Atenea. La posición frontal de Zeus y la ausencia de estricta simetría son novedades llamativas, así como la idea de asamblea de dioses y el carácter cósmico dado al acontecimiento del nacimiento de Atenea coinciden con el planteamiento de Fidias en escenas similares.

Con respecto al problema del estilo hay que destacar la extraordinaria calidad de las esculturas, sea cual sea la posición que ocupen. Así queda de manifiesto en las de los extremos, como se puede constatar en el modelado admirable del cuerpo de Dionysos y en la cabeza de un caballo del carro de Selene. Por lo demás, queda constancia de la misma libertad que en las metopas y en el friso, causa de que figuras vecinas acrediten nivel cualitativo muy distinto. Las de Afrodita y Selene pueden servir de ejemplo.